sábado, 27 de noviembre de 2010

Periscopio

Plácido Domingo y la copla andaluza

E. Venegas Segura

No era inevitable que el tenor español Plácido Domingo, que se había relacionado desde la niñez con el mundo de la copla, en especial con el de la copla andaluza, terminara por extraer de esa experiencia la decisión de grabar trece piezas con las cuales no solo estaba rindiendo homenaje a los autores sino a los cantantes, en especial mujeres, que han dado a conocer ese tipo de canción. (Recordemos aquí a las grandes tonadilleras como Imperio Argentina, Conchita Piquer, Estrellita Castro, Imperio de Triana...) No era inevitable, pero uno se alegra de que lo haya hecho.
Domingo manifiesta: «La copla es siempre una historia (...), yo la llamo una ‘miniópera’», y no le falta razón. Con una letra siempre eficaz, frecuentemente de valores lírico-dramáticos, la copla andaluza presenta hechos y sentimientos enfocados por el lado de lo tremendo en cuanto al texto, e invadidos por una música que realza y embellece la expresión para arrinconar al oyente en el sitio del patio andaluz en que se dan las puñaladas o se recibe la angustia. No es que solo ella tenga tales características morrocotudas; pero la constancia con que estas se presentan conduce a una comparación como la que Domingo, implícitamente, hace con la ópera.
El disco Pasión española (Deutsche Grammophon) recoge canciones de algunos de los más importantes compositores populares españoles del siglo 20: señaladamente Mostazo, Quiroga y Monreal. Las piezas seleccionadas (en primer lugar la tercera: esa joyita que se llama «La bien pagá», de Perelló y Mostazo) constituyen una verdadera antología de la canción española, completada precisamente con «Suspiros de España», de Álvarez,  del cual dijo Francisco Alonso que era el mejor pasodoble que se había compuesto.  Habría que señalar que mientras en su grabación «clásica» (la de Los Churumbeles)  «Cariño verdá», de Muñoz y Monreal, era una habanera, en este disco se interpreta como bolero: no es lo mismo, aunque los dos ritmos sean caribeños. Por otra parte, hay que agradecer que los responsables de la grabación hayan aplicado un sentido del equilibrio, en cuanto al orden del programa, que a estas alturas casi se ha perdido.
Es preciso tener en cuenta que ya estamos lejos de los grandes arreglistas de los años cincuenta. Era una época en la que la obra musical atraía el mayor interés, y por esto se le daba importancia a la orquesta. El cantante venía a ser como un instrumento más (aunque destacado) del conjunto orquestal. Con esta visión, el arreglo resultaba claro, limpio, a veces incluso genial. Quiero recordar ahora, como dignos ejemplos, las orquestaciones de dos obras populares: «Tengo miedo, torero», grabada con Conchita Martín, y «Concierto de otoño», con Arturo Gatica. En ellas ningún criterio se colocaba por encima de la música. En este disco, por el contrario, la Orquesta de la Comunidad de Madrid, dirigida por Miguel Roa, parece concebida solamente como instrumento para acompañar. Faltan en los arreglos el brillo auditivo y la transparencia que corresponderían a la tal «pasión española». La orquestación de Emilio Aragón para «Falsa moneda» (de Perelló, Cantabrana y Mostazo) me parece inclusive inesperada e indebidamente oscura.
El nombre del guitarrista José María Gallardo del Rey se destaca en la contraportada; pero no está bien que así sea. Su labor de dibujante de arabescos no es la de un verdadero solista de guitarra. Igual podrían haberse mencionado por aparte los oboístas, pongamos por caso.
Los méritos del disco corresponden sin duda a Plácido Domingo. El oyente llega a olvidarse de su pequeña aprensión de que la voz de tenor dramático pueda resultar un poco pesada para un repertorio como este. Domingo hasta se da el gusto de recordar su pasado de barítono jugando con las notas graves en «Suspiros de España».Todas las piezas son entregadas por el cantante «con temperamento, con calor, con sentido», para usar las mismas palabras del tenor que cita Carlos Santos en su nota de presentación. Dicho sea de paso, la versión de «No me quieras tanto» (Quintero, León y Quiroga) merece figurar en la lista de grandes interpretaciones vocales que alguien tendrá que hacer algún día.

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